Y es que no hay como pararse y hacer las cosas bien y con detenimiento para que una tarea lenta, repetitiva y para algunas personas incómoda y desagradable se vuelva rápida, fácil y reconfortante.
Mirar las cosas con detenimiento y comprobar con calma el proceso de funcionamiento de éstas, nos permite una visión periférica y un aprendizaje casi instantáneo de las mismas.
Uno de los principales enemigos del aprendizaje es la pereza. Hay tareas que sabemos que tenemos... si no exactamente el deber... sí una cierta obligación de hacer. Prácticas que suelen antojarse perezosas ante otras mucho más rápidas y divertidas. Lo que no sabemos es que dichas tareas pueden resultar el clímax de la satisfacción una vez practicadas como dios manda.
-Tanto polvo no es bueno.
o...
-Demasiado polvo para mí.
Incluso llegado a extremos como...
-¡Eres un cerdo!
También nos hemos visto alguna vez en que no es la cantidad, sino que, en un grado normal, el acto plenamente dicho no se está desarrollando con total eficacia a pesar de utilizar los medios convencionales que hemos usado otras muchas veces. Y es aquí donde hay que pararse a pensar. No se trata de cambiar el estropajo con el que frotas, sino, a lo mejor, humedecerlo un poco más, ya saldrá la espuma.
Una vez concienciado de que hay que hacer algo, conviene fijarse en la otra parte. En qué estado se encuentra, qué manipulación ha tenido antes de llegar a tus manos, si se encuentra preparada y apunto para ponerse a trabajar. Últimamente en los jóvenes de hoy en día, está muy de moda el egoísmo, el ya conocido “usar y tirar”.
Así tras largo tiempo sin utilizarla, decidí que ya era hora. La saqué de su cueva y traté de ponerla en funcionamiento. Sorpresa la mía cuando descubro que la última persona que enredó con ella no lo hizo adecuadamente y la dejó en mal estado. Pobrecilla. La parte que se restriega estaba atascada y había perdido su función móvil. Al parecer el último en usarla le dio un empujón demasiado fuerte sacando el cabezal de su sitio. Arrinconándola.
Me puse manos a la obra. La limpié de arriba abajo incluyendo los filtros y le sustituí la bolsa que la tenía mal puesta y llena hasta los topes. Una vez hecho todo esto me dispuse a probarla.
Al terminar todo parecía distinto. Incluso la alfombra había recuperado brillo, y yo andaba más satisfecho y sonriente que un “sanluís” (qué no sé qué cojones será pero siempre lo decía mi agüela).
1 comentario:
Ohhh,creo que ese suceso de inmaculada limpieza,de disfrute,de sensación maravillosa haciendo funcionar a la máquina succionadora ,debió ocurrir dias despues de que, yo, pernoctara en tu habitación ,con la mesa de mezclas en clara competencia por guardar su sitio entre bolas de pòlvo gris, o,el Korg Triton se hiciera intimo de una pequeña telita de araña....Seguro que cuando vuelva no la conozco. Besos Mam.
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