El blanco dominaba la totalidad del terreno hasta donde alcanzaba la vista. El negro acariciaba el firmamento hasta el infinito. Ambos se unían en el horizonte en una simbiosis perfecta.
Caminaba lento. Casi rendido. Arrastrando su propia resignación.
El frío algodón que le abrazaba hasta las rodillas cada vez que avanzaba un paso, estaba apunto de rendirle. Aún así, sin camino ni final visible, sin ninguna referencia, sin un ápice de esperanza concreta... continuaba colocando un pie tras otro en una irreversible marcha hacia el futuro.
Sus ojos se habían olvidado ya de buscar algún elemento que poder llevarse a la boca, aunque fuera una brizna de hierba. Afortunadamente la nieve sí que se convertía en agua mágicamente al contacto con sus labios y lengua.
Su estómago gemía. Sí. Largos avisos de necesidad que se perdían entre los silbidos del viento, pero no eran comparables al llanto que el alma de aquel hombre emitía, sin descanso ya, desde hacía años.
Una simple sonrisa. Un pequeño destello de amistad en el ojo de una mirada ajena, una mano tendida en la oscuridad... era lo único que podría salvarlo del incesante invierno de su corazón.
Al poco vislumbra un contorno dibujado en la nieve. Y hundido en él el cuerpo de una persona. Se acerca temeroso, confundido, extrañado, precavido... ¿será una trampa? es la frase que se agolpa una y mil veces su cabeza, pero pronto comprueba que el hallazgo no es ningún peligro sino, tal vez, para sí mismo.
Se detiene a observarlo, más que por curiosidad, para concederse el tiempo necesario de meditación. La ética es algo que siempre necesita su espacio.
Al fin lo recoge. Los labios morados y tez inflamada y azul denotan que no se encuentra en muy buenas condiciones. Su frecuencia cardio-respiratoria apenas se hace notar, pero al sentir la manipulación, abre levemente los párpados lanzando una mirada cargada de mensajes de gratitud que cala por completo a quien lo sostiene, para caer seguidamente en la plena inconsciencia.
En un acto que al poco le resulta incomprensible. ¿Por qué lo hace? Se quita el poco abrigo que lleva y recubre el cuerpo desconocido. ¿Acaso sabría perdonarse si lo dejara allí? Curiosamente es esta nueva pregunta la que le sirve de respuesta.
Sin pararse a pensar mucho más lo carga a su espalda y se engaña diciéndose que en el fondo lo hace porque esto le dará más calor que un mero abrigo harapiento.
Las pocas fuerzas se ven surtidas de repente por un halo de esperanza.
Todo tiene un por qué. Se dice.
Lamentablemente el frío y el viento no cesan, y aunque una parte del hielo del corazón del hombre se ha derretido en los últimos minutos, el tiempo transcurrido es largo y ha mellado fuertemente las ganas y el ímpetu con el que una vez inició su camino.
Ahora, debido al peso extra con el que ha decidido cargar, se hunde más en la nieve, avanza más despacio...y tiene menos posibilidades de alcanzar un refugio antes de quedar congelado bajo la nieve. Sin embargo, su espíritu, se siente revitalizado por momentos, lo que le hace seguir más y más. Hasta tal punto que en uno de los vistazos que dirige hacia el pozo sin fondo que le ofrece la cerrada noche, cree percibir el sensual baile de una delgada columna de humo.
¿Una ilusión? ¿Una mala jugada del deseo de supervivencia? En cualquier caso es ese su camino. Un camino incierto... pero inevitable, hacia un porvenir, quizá, ya trazado.
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