[14.00] Apenas hacía una hora que marchó. La sensación de tenerla junto a él aún le rondaba. Palabras, gestos, sensaciones. Todos flotaban entre su mente; confusa y poco confiada ya, y su alma, abierta pero dañada y bañada en resignación. Otras veces hubiese desbordado alegría y vitalidad tras un encuentro así.
[14.13] Gimió la puerta de la calle.
-¿Qué tal todo? –La comida humeaba en el plato.
-No te lo creas. Es mentira. –Fue el resumen de la conversación.
[14.26] Marchó a su cuarto, con la misma comida en el plato aún. Otras veces hubiese llorado de rabia y dolor tras un descubrimiento así. Hoy, todo era quietud. Una simple, lisa y fácil quietud que le envolvía, protegiéndole. En cambio, le atemorizaba tanto como el dolor y la injusticia, ¿acaso sus sentimientos se batían en retirada?
Se abandonó a ella y percibió el alivio de sentirse, de saberse, aunque muy dentro y por poco tiempo... estático.
[14.39] El reloj no le molestaba. Por primera vez, no contaba cada minuto de su soledad. Simplemente la aceptaba. Incluso parecía querer disfrutarla. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Dónde paraban el ansia, las ganas y el deseo ahora?
[14.52] Respiró profundo, pero sintiéndose libre. Recordó de nuevo las palabras de cada bando, pero se supo exento. Pensó en sus sentimientos, y no alcanzó respuesta alguna. Imaginó su rostro, y le inundó la paz.
[15.05] ¿Realmente merecía la pena sentir dolor? ¿Por el contrario tener un candado en el corazón aportaba algo a su vida? Sea como fuere, dio gracias por esa quietud que hoy le recogía. Quietud que lo salvaba del infierno, aunque lo expulsara del cielo. Quietud que, pese a su caducidad, le dio un momento de aliento. Inodora, incolora e insípida; pero libertadora quietud.
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